A medida que escuchaba la música comencé a sentir un poco de asco. Oía y oía y no podía dejar de sentir esa especie de repulsión en mi cuerpo. Pero era algo completamente ajeno a la música, no tenía nada que ver con el entorno, si no que provenía de mí, era yo. Sudaba, sentía poco a poco como mi cara iba calentándose; temblaba de frio, y ardía en calor; cuando creí que iba a explotar y que posteriormente caería en cualquier momento al piso, decidí pararme. Estaba mareado, todo daba vueltas, los colores de mi entorno se entremezclaban dándome la sensación de que alucinaba.
Salí del teatro y cuando me encontré en la calle, sentí la brisa helada del viento. La sensación vivida dentro fue disminuyendo, hasta que ya no quedó nada de ella.
Caminé por la calle oscura, y desierta; en lo alto se distinguía la tenue luz de los postes, que iluminaban escasamente los cables entremezclados de estos mismos. Cuando llegué al final, divisé a un perro, me acerqué a él, estaba echado en el piso, durmiendo. Lo observé unos cuantos minutos, luego seguí caminando.
No podía entender muy bien lo que había ocurrido. Lo único que lograba concluir era que mis pensamientos habían tomado una condición física. Mi cuerpo era víctima del hastío permanente.
Cuando llegué a mi departamento, lo primero que hice fue dirigirme al balcón, quería contemplar la ciudad de noche. Mientras miraba los edificios con luces prendidas aún en algunas habitaciones, pensaba. Muchas ideas brotaban de mi mente, era un galimatías; armaba conclusiones, luego me retractaba; así sucesivamente, llegando finalmente a nada.
De pronto un ruido me distrajo, sonó muy fuerte, como que algo hubiese caído al piso, algo de mucho peso impactado contra el cemento. El golpe fue muy fuerte y comencé a sentir intensamente los latidos de mi corazón. Tenía miedo. Intuía que algo extraño había sucedido, de pronto miré hacia abajo y había mucha gente alrededor de un cuerpo que yacía tirado en el piso, la sangre corría alrededor de este, formando diminutos ríos que fluían poco a poco.
Mientras contemplaba estupefacto tal escena, sentí un fuerte dolor justo atrás de mi cabeza, como si alguien me hubiese golpeado con un objeto contundente. Caí al piso. Abrí los ojos y vi todo borroso, luego los volví a cerrar.
Me desperté en una extraña habitación, miré alrededor de esta y solo vislumbré una montonera de cables tirados en el piso, más arriba, más arriba, en las paredes, se tendían raros objetos que no lograba reconocer. Todo me parecía muy extraño, sentía que todo daba vueltas y que mi cabeza iba a estallar en cualquier momento; ¡Oh no! Pensé, ¡No de nuevo! ¡No por favor, no! Comencé a temblar. Me es imposible describir la náusea que en esos momentos me invadía, ya que era distinta y mucho más intensa que la vivida en la vez anterior. De pronto, súbitamente dejé de estremecerme, volví a abrir los ojos y esta vez podía distinguir todo con mucha más claridad. Me sentí mejor, todos los malestares habían desaparecido. Me encontraba más lúcido que nunca, y recién en ese instante tomé conciencia de todo lo que había pasado, volví a alzar la cabeza, para mirar mi entorno y descubrí horrorosamente que los cables que estaban en el piso viajaban directamente hacia mí. Yo flotaba o al menos algo me sostenía en el aire, mi cuerpo estaba lleno de cables que traspasaban mi piel, parecía ser que eran cables de supervivencia, o algo así; más no tenía certeza de que eso fuera realmente cierto. No sé por qué se me cruzó esta idea, pero extrañamente sentí la misma sensación de cuando era pequeño, en el hospital cuando en mis tantas enfermedades me aplicaban suero. Los cables me alimentaban o me proveían de algo, que yo por supuesto desconocía.
Todo aquello empezaba a preocuparme mucho; inquietud que posteriormente fue convirtiéndose en desesperación y pánico.
¿Qué hacía allí? ¿Dónde estaba? ¿Qué era todo esto? ¿Dónde se encontraba todo el mundo? ¡¿Qué ha pasado?!
Empecé a moverme. Inquieto intenté forzosamente quitarme esos miles de cables de mi cuerpo, mas no podía, eran demasiados, forcejeaba y forcejeaba, gritaba, pero nadie acudía, nada pasaba.
Pasaron un par de horas, y en ese lapso de tiempo logré mantener la calma. De pronto, escuché un ruido, expectante alcé la cabeza y pregunté gritando: ¿Quién anda ahí?, luego, volví a escuchar otro ruido, esta vez más fuerte que el anterior, y en eso, ante mis ojos un extraño ser me saludaba. Era un hombrecito vestido de Pierrot. Su traje era de color pastel y su cara estaba pintada de blanco, sus ojos presentaban una extraña anomalía, sus iris eran de diferente color, uno del otro. Uno era rojo y el otro verde, además, presentaba pupilas de distinto tamaño: en el ojo rojo, que era el izquierdo, poseía la más pequeña; y en el verde, tenía la de menor tamaño. Sus párpados y todo el contorno de estos estaban pintados de negro y una rayita vertical dibujada de negro también, traspasaba a ambos ojos. Sus labios eran rojos y su expresión entera era de desgano y un poco de melancolía.
-César, Darling-, me dijo el hombrecito- ¿Cómo despertaste?
-Mal-, respondí, y le grité- ¡¿Qué es todo esto?! ¡¿De qué se trata?! ¡¿Dónde estoy?! ¡¿Qué me han hecho?!
Pierrot me sonrió, y luego prosiguió:- Mira, querido César, Mm. Verás, es algo un poco difícil de explicar a un joven como tú que viene de… Mira, hagamos un trato; te explico, voy a proceder a apretar un botón que tengo justo acá, en mis manos y con esto te voy a quitar los cables que están incomodando tu cuerpecito. Poco a poco vas a estabilizarte y podrás caminar y moverte. Tú, por tu parte, y quiero que me prestes mucha atención a esto que te voy a decir, ¡No intentes huir!, porque donde vayas te encontraremos fácilmente. Segundo, no quiero absolutamente ninguna actitud violenta, me refiero específicamente a que no intentes golpearme o algo por el estilo, porque créeme, las consecuencias van a ser muy tristes y no bromeo mi querido César.
-¿Y qué es lo que me podría pasar?-, pregunté.
A lo que Pierrot respondió:
-Mm. ¿De verdad lo quieres saber?
-Sí.
-Ok. Mira, podríamos, por ejemplo, cortarte un brazo, sacarte un ojo: o… ¡Qué se yo! Piensa en cualquier violación a tu pequeño cuerpecito, o mejor aún, imagina más allá de eso, podríamos enviarte eternamente a una pieza oscura, o convertirte en cucaracha o… ¿Cuál es tu mayor miedo César?
-¿Pero, por qué? ¿De qué se trata todo esto? ¿Por qué me privan así de mi libertad? ¡¡¿Y cómo llegué a este maldito lugar?!!
-Basta de preguntas. Ni una sola pregunta más. Se acabó. Ahora, voy a proceder a apretar el botón y reitero, no hagas nada de lo que no quiero que hagas. Debes obedecerme en todo. Al menos si deseas que no te suceda nada malo. ¿Está todo entendido César?
-Sí, ¿Pero cómo…?
-¡Perfecto entonces!
Apretó el botón, los cables comenzaron lentamente a descender. Sentí un breve dolor, el cual fue disminuyendo lentamente, como si diminutas agujas se desprendieran de mi cuerpo. De a poco fui moviéndome. Cuando toqué el piso, mis pies descalzos, empapados en sudor, se resbalaban en aquella superficie de pulcras baldosas.
Pierrot se me acercó, me tomó del brazo, me abrazó y me dijo: - Perdóname por no haberme presentado aún. Me llamo David, para servirte-, se inclinó haciendo una pequeña reverencia, luego se dio vuelta y dijo: ¡Sígueme!
David me llevó por un extraño e interminable túnel. Era complejo determinar los límites, nunca supe de forma certera donde estaba el cielo y el suelo. En las paredes habían miles de vitrinas, una seguida de otra, todas pegadas, iluminadas por una luz blanquecina, que se matizaba con unos rayos violáceos, los cuales penetraban mis pupilas, agrandándolas y provocándome una desagradable sensación de ceguera.
En cada una de las vitrinas había algo distinto; cuando recién comenzamos a recorrer aquel túnel, pude divisar, entre todos aquellos escaparates, miles de seres humanos en extrañas condiciones.
En una, por ejemplo, había un hombre recostado en una tina con líquido negro. Un chorro de agua le llegaba en la cara y en el contorno de la tina blanca, caían hilos de ese líquido. En otra vitrina, divisé a una mujer recostada en una cama, parecía muerta. Era rubia y llevaba puesto un vestido rojo.
En otra, había un hombre sentado en una mesa, estaba de espaldas, con las manos hacia atrás, en su cuerpo tenía horribles cicatrices de quemaduras, su oreja se había deformado, producto de una severa inflamación que recorría todo su cuello, comenzando en uno de sus hombros para terminar en la punta de su cabeza. En sus manos cargaba un cartel que decía “Kunio Yamashita”. En las paredes de fondo se divisaba un reloj viejo y calcinado, que no funcionaba, no obstante, marcaba las 8.15 AM.
En otra vitrina, un cura sentado en un trono de oro, y en su cara una expresión de horror. El fondo era todo negro y el color del oro del sillón brillaba intensamente. Haciendo contraste con el negro.
Así me lo llevé durante todo el viaje, contemplando a todos esos seres inmóviles. No sabía si eran reales verdaderamente o maniquíes de muy buen material.
Cuando llegamos al final del túnel, una luz blanca brillaba intensamente, la observé y cerré los ojos, por momentos creí haber quedado ciego, pero luego volví a abrirlos y pude divisar a David que caminaba delante de mí. De pronto, un agujero negro comenzó a formarse en el piso, este empezó a crecer y súbitamente sentí que mi cuerpo iba atrayéndose a este, como una especie de imán. Comprendí, entonces, que estaba a punto de caer en aquel hoyo negro. Caí, el impacto fue tan fuerte. Traté de tomar la mano de David. Le gritaba una y otra vez: ¡Por favor David! ¡No dejes que me lleve! ¡¡Ayúdame!! Mas él sólo sonreía. Y lo peor de todo: no estaba siendo tragado por aquel infernal agujero. Alzando una mano se despidió de mí. – ¡Adiós César!- me gritó, mientras me hundía por aquel singular abismo.
Caía. Caía. Sentía vértigo, no sabía hacia donde llegaría, de pronto la vi venir: era la náusea. Cerré los ojos. Era un remolino de sensaciones, emociones, pensamientos. Frío, calor, mareo, sudor, vértigo, vómito, asco, locura, retardo, catarsis, frenesí, ilusión, sombra, ficción…
Seguía cayendo, todo esto no acababa nunca, cubría con ambos brazos mi cara. Distinguí colores, figuras. Abstracción pospictórica. Primero un fucsia y un fluorescente se entremezclaban, un verde, un rojo, un damasco, un azul, un amarillo. Luego, extrañas figuras, negro y blanco, un círculo, un triángulo, un cuadrado, luego una raya roja, sobre un fondo de color damasco. Cuadrados rosados, cuadrados de color crema, morados, uno encima del otro, figuras desunidas, mezclas de colores inconexos, caos.
Luego círculos negros, blancos, plomos iban creciendo, uno pequeño, luego uno mediano, finalmente uno grande. Laberintos. Entre estos, números en color. Eclipse. Quince escalas cromáticas sistemáticas fundiéndose verticalmente. Expresionismo abstracto, manganeso en violeta oscuro, azul sobre un punto, sonidos congelados, más números, números, números. Cine de cuatro cuadrángulos, celdas amarillas y negras. Fisicromía.
Luego cables, cables, sentía mi cuerpo atado a cables, poco a poco fui deshaciéndome de cada uno de ellos, volaban y caían conmigo al vacío, De pronto, abrí los ojos, todo se puso oscuro, no divisaba nada, miré hacia abajo y noté una pequeña luz blanca, que a medida que iba cayendo se iba acrecentando, cuando la tuve muy cerca y sentí que ese era mi final y que culminaría todo, una explosión detonó. Un inmenso hongo rojizo se elevaba y se dispersaba por todo el espacio. Sentí calor en mis manos. Una gigantesca bola de fuego. Una viva oleada amarilla elevándose sobre un horizonte completamente violeta.
La última sensación no visual y aterradora, fue cuando mis dientes me avisaron más enfáticamente que mis ojos. En el momento fatal, sentí que algo vibraba en mi boca y un gusto muy definido, como oxidado, me invadió la legua.
Cuando abrí los ojos, vi a mucha gente alrededor de mi cuerpo que estaba tirado en el piso, la sangre corría alrededor de este, formando diminutos ríos que fluían poco a poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario