lunes, 14 de febrero de 2011

Pasé a la penúltima casa. Era la casa de Acuario. Él estaba parado, solo. Yo venía con mis amigos Shon y Seiya. Les pedí que se fueran, que la pelea fuera entre él y yo. Ambos siguieron de largo, cruzaron a Camus y continuaron su camino. Yo lo miré fijamente, frunciendo el ceño, entramos juntos a la casa y nos preparamos para combatir.

Le dije que era el maestro de mi maestro, que era imprescindible luchar contra él. Preparé mi polvo de diamante y lo lancé fuertemente. Mi maestro lo contuvo con una sola mano, y me dijo que no le había hecho absolutamente ningún rasguño.

Entonces me enseñó la ejecución de aurora, la cual logré esquivar torpemente, congelándome, con ese crudo hielo, mi pierna izquierda.

Me preguntó si sabía lo que era el cero absoluto, y yo recordé a mi maestro, en ese templo helado, ambos tejiendo diálogos inertes del ser y el frio.

Pertenecemos al frio, me dijo, y congeló mi pierna derecha. Me quejé de que no podía combatir así, a lo que él contestó “Un verdadero caballero es capaz de hacerlo”. Me congeló lentamente, y me dijo que era demasiado débil para combatir con él. “Lo siento pero esta vez no vas a sobrevivir. Ni siquiera la armadura de libra podrá romper el hielo. Es mejor así…” Y, cuando ya me inundaba el témpano y mi cuerpo se inmovilizó, desperté mi KI interno, y logré derretir el hielo; haciendo un estruendo, logré derribar el casco de mi contrincante, y el caballero me miró vivamente.

Se preparó para hacer la más temerosa ejecución de aurora, y la aplicó contra mí.

Cuando estuve completamente inmovilizado por el hielo, nuevamente, y vi que la segunda ejecución se aproximaba; a leves esfuerzos, logré imitar sus movimientos.

Ambos rayos chocaron vivamente, produciendo colores de mil tonalidades. La casa caía a pedazos, y nosotros, sentíamos devenir el fin de nuestros latidos.

Paramos. Nos congelamos, y Camus dijo – Alcanzaste el cero absoluto, lograste sorprenderme. Hiciste una ejecución mucho más potente. Me entristece saber, de todas formas, que no vivirás. Ambos moriremos. Perdóname.

Es ahí cuando ese caballero de cabellera azul y armadura congelada, cae al piso. Yo repetí mentalmente las gracias y el orgullo hacia el maestro de mi maestro. “Todos mis conocimientos te los debo a ti. Gracias y adiós.”

Las lágrimas recorrían mi cara y el cuerpo de Camus, estaba tirado, recto en el piso.

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